Vistazo Crítico 57: Los desaparecidos: arte y política en el Mambo.



ARTE Y POLÍTICA: Vistazo crítico a “Los desaparecidos”.[i]

“La cuestión de las imágenes está en el corazón de esta gran confusión del tiempo, nuestro “malestar en la cultura”. Habrá que saber mirar en las imágenes donde ellas son las sobrevivientes. Porque la historia, liberada del puro pasado (este absoluto, esta abstracción), nos ayuda a abrir el presente del tiempo”.

George Didi-Huberman. Images malgré tout.

Bastante se ha discutido en estos últimos tiempos, sobre la relación del arte con la política. Muchos afirman que todo arte es en sí mismo político. Otros afirman que el arte debe ser apolítico. Yo hago parte de una pequeña minoría que cree que no todo arte es político[ii], pues esta particularidad de la creación surge en determinados momentos históricos con mayor fuerza. Para confirmar esta hipótesis, me he apoyado en los últimos tiempos en la obra del filósofo francés Jacques Rancière quien nos muestra la relación entre arte, ética y estética donde la política por supuesto tiene un lugar fundamental[iii]. Pero esto no se queda en el plano puramente especulativo, el arte nos da cuenta de ello. Existen numerosos ejemplos de artistas que trabajan en este sentido: Doris Salcedo, José Alejandro Restrepo, Raúl Naranjo, Fernando Pertuz, Wilson Díaz, Lorena Zilleruelo, Alvaro García Ordoñez, Erika Diettes, el Colectivo Mujeres Creando, etc. Por estos días, el público bogotano ha podido apreciar en el Museo de Arte Moderno de Bogotá, una exposición colectiva curada por Laurel Reuter, directora del North Dakota Museum: Los desaparecidos. Esta exposición relacionada íntimamente con Arte y violencia en Colombia, curada para el MAMBO a finales del siglo pasado por el historiador Alvaro Medina, reafirma la idea de la existencia de una estrecha relación entre lo político y el arte que “riñe con el pensamiento de los que creen que arte y política son excluyentes. Para desvirtuar este argumento valen más las obras realizadas que las citas, ya que la historia prueba que con frecuencia la violencia está ligada a altas consideraciones políticas y a secretas razones de Estado, de modo que no raras veces –independientemente de sus causas y justificaciones- la violencia estremece a los creadores de la cultura...”[iv]. Echemos entonces un vistazo crítico -luego del texto de Jorge Peñuela- a esa exposición la cual considero importante dado el momento histórico por el que atraviesa el país.

Hay una fecha de referencia para la exposición: 1948. Época de post-guerra. Se instala la famosa “Guerra fría” que acentúa aún más la distancia entre los países del Este y Oeste, entre los países comunistas y lo capitalistas. En los países del Oeste, se teme la influencia comunista y socialista y por lo tanto se instauran estrategias políticas destinadas a “frenar” esta oleada roja en el continente Latinoaméricano. Estas estrategias, la historia lo ha demostrado, no fueron del todo muy humanas: en ese mismo año, el líder liberal colombiano Jorge Eliecer Gaitán es asesinado y se da comienzo a una guerra civil, con consecuencias que aún hoy vivimos. Comienzan a instalarse con el beneplácito de los Estados Unidos una serie de dictaduras militares que van a crear varios años de violencia y exterminio de sus opositores. En Cuba el dictador Fulgencio Batista es derrocado por el movimiento rebelde en el año 1959. Se teme de la influencia de la Revolución Cubana para el resto del continente. El Plan para las Américas se pone en Marcha, así como el famoso Plan Cóndor de finales de los años sesenta, que termina, consolidando los regímenes de terror en buena parte de América Latina. Esta exposición haceeco a al pensamiento de Walter Benjamin, quien afirmaba que la Historia, solo nos sirve para entender el presente.

Al entrar en el Museo, encontramos en una de las paredes una frase que no deja de erizarnos la piel por su crudeza: “A veces matar era como cortar flores...[v]”. Esta frase enunciada por un paramilitar colombiano desmovilizado nos pone del lugar del victimario en contraste con las voces de los testigos de las víctimas que oiremos en el silencio de la exposición. Víctimas en su mayoría de las dictaduras del cono sur del continente: Paraguay, Uruguay, Argentina, Chile. Así en el recorrido encontramos la obra “In Memoriam” (1981-88) del artista uruguayo Antonio Frasconi compuesta por 56 monotipos que representan retratos de víctimas de la dictadura uruguaya de los años setenta. Estos rostros extraídos de la prensa y pintados a en tonos lúgubres, se alternan con algunos textos como este: “En la década de los años setenta fuimos testigos de una de las más despreciables violaciones de los derechos humanos que haya ocurrido en la historia moderna”. Esta obra desarrollada en la década posterior a los hechos, nos cuenta como el ser testigo de algo aberrante, nos pone quizá al lado mismo de la complicidad, si no se hace nada. La denuncia aquí se convierte en una arma estética para enfrentar el silencio cómplice.

El colombiano Juan Manuel Echavarria nos muestra su obra “N.N” (2005) sigla que designa los cadáveres sin identificación. Esta instalación fotográfica se apoya en el fragmento del cuerpo. El cuerpo fotografiado según el artista, no es un cuerpo real, es un maniquí que a sufrido varias mutilaciones. Este hecho, le hace pensar en esos cuerpos víctimas de la violencia, que siembran nuestros campos colombianos y sirven de alimento a los peces en nuestros ríos que se han convertido en los mayores cementerios del mundo. “Fotografié el maniquí –dice el artista-, como si fuera una autopsia emocional, observé con cuidado las múltiples heridas que presentaba su cuerpo. Era como un cadáver que de inmediato asocié a los cuerpos mutilados y descuartizados de la interminable historia de la violencia en Colombia”.

El brasilero Cildo Meireles en los años setenta y ochenta, realiza una serie de acciones plásticas denominadas “Inserción en circuitos ideológicos: proyecto Coca-Cola”. La acción consistía en intervenir varias botellas vacías de Coca-Cola con la frase “Yankee Go Home”. Luego ponía a circular las botellas vacías que llegaban a la embotelladora trasnacional, para ser reutilizadas. Fueron cientos de botellas que el artista intervino, generando así una clara resistencia en ciertos circuitos comerciales identificados con discursos ideológicos colonizadores. Esta obra se convertiría entonces en una estrategia crítica y política. En la exposición vemos tres de estas botellas que dan cuenta de la sutil intervención del artista.

En el sótano del Museo, lugar que acentúa el carácter dramático de la obra, vemos el resultado artístico de un trabajo colectivo realizado con los defensores de la memoria y de los derechos humanos en Argentina: Las madres de mayo. Una instalación fotográfica “Identidad” mostrada por primera vez en 1998 en el Centro Cultural Recoleta en Buenos Aires. La instalación está compuesta por varias fotografías en blanco y negro de detenidos arbitrariamente, quienes luego de ser torturados fueron desaparecidos. La mayoría de ellos en campos de concentración y detención clandestinos como la Mansión Seré. Hoy funciona en ella, desde el año 2000, gracias al incansable trabajo de asociaciones políticas, La casa de la memoria y la vida y la dirección de los derechos humanos. Las fotos que componen la instalación están enmarcadas en un gran espejo que abarca todo el recinto y donde el espectador puede verse el rostro. Esas fotos son de los jóvenes detenidos en su mayoría mujeres que dieron a luz durante su cautiverio varios niños y niñas. Esas fotos nos recuerdan las rostros de esas madres forzadas a serlo, que luego fueron asesinadas y sus hijos dados en adopción[vi].

El artista colombiano Juan Manuel Echavarria nos muestra sus vídeos titulados “Bocas de ceniza” (2003-04), donde unas personas de origen afro, del pueblo Bojayá en Chocó en el pacífico colombiano, entonan una canciones compuestas por ellas mismas, luego de que su pueblo fuera víctima del enfrentamiento entre guerrilla y paramilitares en el 2002. Sus rostros en primeros planos dejan ver el sufrimiento y el desamparo al que han sido sometidos durante varios años. Sus cantos son preguntas sin respuesta que surgen de una guerra insensata que el Estado no ha logrado solucionar. Sus cantos se convierten en lamentos de impotencia donde la esperanza parece haber partido de sus miradas. No deja de ser absolutamente conmovedora esta obra, pues en este caso las víctimas (las que han sobrevivido) están ahí, pero ¿pero por cuánto tiempo? Nos preguntamos imaginando que quizás ese canto no volvamos a escucharlo. En ese sentido esa obra se convierte en un testimonio invaluable de las consecuencias de la guerra política que desangra al país desde hace ya más de cincuenta años.

Luis Gonzales Palma con el talento que le caracteriza, logra mostrarnos con sus fotografías-collage, esa no presencia, ese esfuerzo por traer a la memoria lo que tiende a desaparecer en el olvido. En “Ausencias” (1997) y “Entre Raíces y Aire” (1996-97), vemos surgir figuras que acentúan una cierta fantasmagoría. El tiempo parece superponerse frente a nuestra mirada, pero insistiendo que el pasado debe perdurar. El artista dice: “Concibo estas fotografías con la esperanza de que la imagen incluirá y que en alguna manera expresará lo invisible: la palabra y la experiencia fundamental que guarda toda esta aventura visual”. Es decir hacer evidente lo no dicho cuando se habla y lo no visto cuando miramos. Michel Foucault diría en el capítulo dedicado a las Meninas en Las palabras y las cosas, ese punto de invisibilidad que hace que nosotros aparezcamos. Así los desaparecidos podrán tener un lugar en nuestra memoria para no caer en el olvido.

El chileno Arturo Duclos realiza una instalación “Sin título” (1995) con 66 fémures humanos (que no pertenecen a las víctimas valga la pena aclarar), formando el contorno de la bandera chilena. Esta obra bastante irreverente no deja de ser un señalamiento al periodo de la dictadura chilena donde la represión fue total. “Sin título se llama mi obra –dice Duclos-, por la obviedad de ella misma, su elocuencia se explica como emblema triste de toda una nación que desprotegió a sus ciudadanos”.

Una de las obras que nos impresionan es “Monumento para la memoria” (2005) del artista colombiano Oscar Muñoz. En este vídeo, vemos como el afán por configurar un rostro que desaparece inevitablemente, nos acerca al enigma de la muerte. Un mano dibuja un rostro que lentamente va desapareciendo sin dejar una huella. Esta obra logra mostrarnos de una manera magistral que la memoria está atada por lo visual. Si no aparece en la visibilidad su existencia se pone en cuestión. De ahí se desprende el drama de los familiares de los desaparecidos que no logran ver a su ser querido, así sea en forma de cadáver.

Nicolas Guanini presenta su instalación escultórica “30.000” compuesta por varias columnas de metal pintadas en blanco y de la cual surge un rostro según el punto de vista del observador. Ese rostro es el de su padre, periodista asesinado al igual que otras 30.000 víctimas, número al que alude el título.

La obra bastante conocida de Luis Camnitzer “De la serie de la tortura uruguaya” (1983) es una reunión de fotografía y texto donde vemos objetos y fragmentos del cuerpo que nos hacen pensar en el método más atroz asimilado por los militares sudamericanos en la Escuela de las Américas. Método terrible puesto en marcha por los franceses en la Guerra de Algeria (1954-62). Estas fotos son realizadas por el artista en el sótano de su casa, los objetos, las manos y partes del cuerpo que vemos son del propio Camnitzer. Aquí hay una simulación de una cierta situación que logra solidarizarnos con aquello que sabemos y no vemos. La tortura antecedía las desapariciones luego de detenciones arbitrarias y bajo sospechas, sin pasar por un juicio. Hoy los prisioneros de Guantánamo siguen siendo víctimas de estos atroces hechos.

Finalmente otra obra que llama nuestra atención es la de Ivan Navarro: el trabaja con luces de neón que recubre de negro y donde se dejan leer algunos nombres de militares vínculados a la dictadura. Esta obra esta dispuesta a manera de escalera. Los nombres de esos personajes el espectador puede leerlos en un cuaderno que acompaña la escalera. La otra obra se titula “Maleta” donde vemos cuatro lámparas de neón, igualmente negras donde podemos leer cuatro nombres de víctimas de la exportación del terrorismo que asesinó a tres norteaméricanos y a un chileno fuera del territorio chileno. Esto nos recuerda el acuerdo nefasto del Plan Cóndor, firmado por las dictaduras sudamericanas con complacencia de los Estados Unidos, que ignoraba la soberanía de los pueblos y aseguraba una cooperación policial bastante cuestionada hoy para perseguir a los opositores de los regímenes totalitarios.

En suma esta exposición que se exhibió al público estadounidense inicialmente, hace un recorrido por el continente y estará en el MAMBO de Bogotá hasta el 24 de este mes. Podríamos pensar que por su carácter histórico nos habla de un lejano pasado; sin embargo, todos sabemos que aún existen ciertos restos del fascismo en nuestros países. De ahí la importancia de este tipo de exposiciones, pues nos recuerdan que el pasado puede retornar o aún no ha dejado de ser pasado. Con esta exposición queda demostrado como lo insinué al comienzo, que no todo arte es político, como se cree equivocadamente en nuestro contexto. Lo que vemos en esa exposición si es absolutamente político, porque se acentúa el carácter crítico en la obra.

Saliendo de la exposición el sol brilla en esa mañana bogotana. En mi mente esos grupos de colegiales que veían la exposición y al mismo tiempo las últimas noticias donde el presidente de la República, quiere reformar la justicia. La Corte Penal Internacional le acaba de advertir al presidente, que los jefes paramilitares extraditados a los Estados Unidos podrán ser juzgados en un juicio internacional si siguen las trabas a la justicia colombiana. Al mismo tiempo varios políticos del gobierno son liberados por ser declarados por la Fiscalía carentes de toda sospecha por sus vínculos con el paramilitarismo y algunos de la oposición quienes destaparon el affaire de la parapolítica extrañamente ahora son investigados por acusaciones del gobierno. Sin embargo el presidente goza de un alto grado de popularidad, dicen los medios de comunicación locales. Una vez más el arte es absolutamente realista porque nos revela que la realidad está viciada por la creencia y los silencios, por la pugna entre la verdad y lo falso en un mundo de simulaciones.

Ricardo Arcos-Palma.

Bogotá 29 de agosto del 2009.

notas:


[i] A mi hermano Alfredo, quien luchó después de asesinado, por no permanecer desaparecido.

[ii] Vistazo Crítico al Salón Nacional de Artistas.

[iii] Estética y política en la filosofía de Jacques Rancière, Conferencia inaugural en Estéticas contemporáneas, Espacio Patiño, La Paz-Bolivia, octubre, 2007. Jacques Ranciére: estética, ética y política, ponencia para el segundo Congreso Nacional de Filosofía. Cartagena de Indias, septiembre 2008.

[iv] Medina, Alvaro. Arte y violencia en Colombia. Catálogo de la exposición. Museo de Arte Moderno de Bogotá, 1999. p. 11.

[v] Testimonio de un paramilitar desmovilizado.

[vi] Ayer 28 de agosto del 2008, día histórico para los defensores de los derechos humanos, fueron condenados a cadena perpetua varios militares argentinos implicados en hechos atroces de torturas y desapariciones: “La justicia a tardado pero llegó y estoy feliz de este hecho histórico” decía la porta voz del colectivo de Las Madres de Mayo, hoy casi una abuela.

post-scriptum:

agradezco la lectura atenta de Jorge Dávila quien me hizo ver ciertos errores de escritura

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