SUSURROS DEL MIEDO
por Natalia Arcos Salvo*
Santiago de Chile.
“Un tornado arrasó a mi ciudad y a mi jardín primitivo,
un tornado arrasó a tu ciudad y a tu jardín primitivo,
pero no, mejor no hablar de ciertas cosas”.
Luca Prodán.
Siempre hemos oído decir que “una imagen vale más que mil palabras” para señalar la importancia del mensaje visual como continente simbólico, sumamente directo y efectivo. Pero sucede que hay al menos dos contextos en los que la imagen pierde potencia: uno, aquel en que la historia de la cual surge la imagen debe ser a priori conocida por el que observa, para comprender el sentido total del video o la fotografía; dos y más relevante quizás, es el hecho sabido ya de que el bombardeo visual de los medios de comunicación hipnotiza a las masas, desgastando la significancia de las imágenes hasta lograr la inercia total del espectador.
La instalación sonora de Lorena Zilleruelo busca entonces situar la oralidad en el emplazamiento que las artes tradicionalmente le han negado: sustrae la narración verbal del ámbito doméstico y lo lleva al estético, mediante una operación de recuperación de testimonios por escritos, trasladados luego a la palabra hablada. Es interesante que este anhelo surja de alguien que ha trabajado fundamentalmente con el medio audiovisual.
“Memoria de los Libros (exhumación de una historia)” consiste en la recopilación de recuerdos de aquellos que sobrevivieron a los primeros días de la dictadura chilena. No se trata de testimonios al azar, sino de relatos que cuentan qué hizo cada persona con sus libros políticos. Este ha sido un tema poco tratado, en relación a dolores mayores de nuestra historia como las desapariciones y torturas. El deshacerse de libros fue un acto cometido por cientos de miles de ciudadanos para “borrar evidencias” y por lo tanto, tiene más que ver con la cotidianeidad bajo un régimen de terror que con grandes hazañas de resistencia.
Esta instalación de relatos hablados consiste en sillas blancas reclinadas, en las cuales se esconden parlantes; al sentarse, el cuerpo del visitante es acogido al mismo tiempo en que él acoge al Otro en su historia personal.
Es un acto que rememora los espacios de intimidad en que los secretos y los recuerdos son develados, como la cama de una pareja o la mesa de una familia.
Un video con imágenes de archivo pasando en loop y emplazado a un costado muestra a militares quemando libros en las calles. No es tanto la imagen en sí como el apoyo que da a los relatos, la razón de su presencia.
La generación a la que pertenecemos Lorena y yo vivió su infancia en dictadura, y aunque muchas cosas de esos años las vivimos en carne propia, otras tantas las supimos (en ese ayer y aún hoy) por lo que nos contaban los adultos. Era notorio el hecho de que la voz de ellos bajaba inmediatamente de volumen, como si las paredes estuvieran tapizadas de micrófonos o los vecinos fueran espías. Era un gesto inconsciente impulsado por la paranoia; con el tiempo he podido comprobar lo mismo en personas de otras nacionalidades que en sus países también sufrieron regímenes perversos. Esos susurros del miedo, del secreto contado bajito a menos de un metro de distancia, son los que “Memoria de los Libros (exhumación de una historia)” emplaza hoy en un lugar público y cómodo, compartido por espectadores extraños entre sí.
La intención detrás de esta ambientación semi-privada es reactivar la memoria no de una manera aurática, monumental o alegórica, sino a través de testimonios frágiles y precarios que remiten a experiencias concretas, tanto para el que escucha como para el que cuenta.
La oralidad, que es la principal vía por donde transcurrió gran parte de la historia e imaginación de la humanidad, ha sufrido en el último siglo el embiste de los medios de masas, del stress de la vida moderna y del autoritarismo.
La memoria aniquilada por el terror, inflingido o sufrido, está ligada a su vez al asesinato del lenguaje. La riqueza de verbos y conceptos que manejaba el pueblo, la oratoria y el discurso ya no existen más en la misma calidad que antaño. A la represión le sigue la pobreza en la comunicación de las ideas.
El código y la metáfora llegaron para ocultar los mensajes y al final sólo ha quedado la forma críptica para algunos o la banalidad exenta de contenido para la mayoría.
Es fundamental reinventar nuestro lenguaje y eso empieza hoy por oír,de verdad, al otro.
*Teórica e Historiadora del Arte
Master Arte Contemporáneo, U. de la Sorbonne
por Natalia Arcos Salvo*
Santiago de Chile.
“Un tornado arrasó a mi ciudad y a mi jardín primitivo,
un tornado arrasó a tu ciudad y a tu jardín primitivo,
pero no, mejor no hablar de ciertas cosas”.
Luca Prodán.
Siempre hemos oído decir que “una imagen vale más que mil palabras” para señalar la importancia del mensaje visual como continente simbólico, sumamente directo y efectivo. Pero sucede que hay al menos dos contextos en los que la imagen pierde potencia: uno, aquel en que la historia de la cual surge la imagen debe ser a priori conocida por el que observa, para comprender el sentido total del video o la fotografía; dos y más relevante quizás, es el hecho sabido ya de que el bombardeo visual de los medios de comunicación hipnotiza a las masas, desgastando la significancia de las imágenes hasta lograr la inercia total del espectador.
La instalación sonora de Lorena Zilleruelo busca entonces situar la oralidad en el emplazamiento que las artes tradicionalmente le han negado: sustrae la narración verbal del ámbito doméstico y lo lleva al estético, mediante una operación de recuperación de testimonios por escritos, trasladados luego a la palabra hablada. Es interesante que este anhelo surja de alguien que ha trabajado fundamentalmente con el medio audiovisual.
“Memoria de los Libros (exhumación de una historia)” consiste en la recopilación de recuerdos de aquellos que sobrevivieron a los primeros días de la dictadura chilena. No se trata de testimonios al azar, sino de relatos que cuentan qué hizo cada persona con sus libros políticos. Este ha sido un tema poco tratado, en relación a dolores mayores de nuestra historia como las desapariciones y torturas. El deshacerse de libros fue un acto cometido por cientos de miles de ciudadanos para “borrar evidencias” y por lo tanto, tiene más que ver con la cotidianeidad bajo un régimen de terror que con grandes hazañas de resistencia.
Esta instalación de relatos hablados consiste en sillas blancas reclinadas, en las cuales se esconden parlantes; al sentarse, el cuerpo del visitante es acogido al mismo tiempo en que él acoge al Otro en su historia personal.
Es un acto que rememora los espacios de intimidad en que los secretos y los recuerdos son develados, como la cama de una pareja o la mesa de una familia.
Un video con imágenes de archivo pasando en loop y emplazado a un costado muestra a militares quemando libros en las calles. No es tanto la imagen en sí como el apoyo que da a los relatos, la razón de su presencia.
La generación a la que pertenecemos Lorena y yo vivió su infancia en dictadura, y aunque muchas cosas de esos años las vivimos en carne propia, otras tantas las supimos (en ese ayer y aún hoy) por lo que nos contaban los adultos. Era notorio el hecho de que la voz de ellos bajaba inmediatamente de volumen, como si las paredes estuvieran tapizadas de micrófonos o los vecinos fueran espías. Era un gesto inconsciente impulsado por la paranoia; con el tiempo he podido comprobar lo mismo en personas de otras nacionalidades que en sus países también sufrieron regímenes perversos. Esos susurros del miedo, del secreto contado bajito a menos de un metro de distancia, son los que “Memoria de los Libros (exhumación de una historia)” emplaza hoy en un lugar público y cómodo, compartido por espectadores extraños entre sí.
La intención detrás de esta ambientación semi-privada es reactivar la memoria no de una manera aurática, monumental o alegórica, sino a través de testimonios frágiles y precarios que remiten a experiencias concretas, tanto para el que escucha como para el que cuenta.
La oralidad, que es la principal vía por donde transcurrió gran parte de la historia e imaginación de la humanidad, ha sufrido en el último siglo el embiste de los medios de masas, del stress de la vida moderna y del autoritarismo.
La memoria aniquilada por el terror, inflingido o sufrido, está ligada a su vez al asesinato del lenguaje. La riqueza de verbos y conceptos que manejaba el pueblo, la oratoria y el discurso ya no existen más en la misma calidad que antaño. A la represión le sigue la pobreza en la comunicación de las ideas.
El código y la metáfora llegaron para ocultar los mensajes y al final sólo ha quedado la forma críptica para algunos o la banalidad exenta de contenido para la mayoría.
Es fundamental reinventar nuestro lenguaje y eso empieza hoy por oír,de verdad, al otro.
*Teórica e Historiadora del Arte
Master Arte Contemporáneo, U. de la Sorbonne
Comentarios