LA LEY NARANJA NO ES PROPIAMENTE NUESTRA MEDIA NARANJA
“Las aves del país de la Belleza. El Arte en la antigüedad pagana era
una religión: el culto de lo bello. Era un culto hosco y fanático. La belleza
era Inmutable e impecable en las líneas severas de sus formas. Su rostro
olímpico, sus músculos divinos, no se contraían al contacto de la vida”.
José
María Vargas Vila. Ibis, 1900.
En Colombia se
han disparado las alarmas en el sector cultural, desde que el Congreso de la
República aprobó la famosa Ley Naranja propuesta por el Senador Iván Duque del
Centro Democrático y pre-candidato presidencial quien por cierto ha sido un
gran opositor a los acuerdos de paz. Los lectores de Vistazos Críticos se
preguntarán ¿por qué razón un amplio sector de los Trabajadores de la Cultura como
los grupos de teatro y de danza, las agremiaciones de escritores y de artistas,
así como la gente del mundo del cine y la televisión entre otros se han
alarmado con esta ley? Temores bien fundados, dado que con esta ley se afecta
uno de los sectores hasta ahora medianamente protegidos por las reglas del
mercado donde la oferta y la demanda generaran una feroz competencia entre los
actores culturales.
La ley que pasó
sin mayor debate en el Congreso, es decir pasó completamente desapercibida,
pues en un país como el nuestro la cultura no es una prioridad política, vulnera
sin lugar a dudas la ya precaria condición laboral de los trabajadores de la
cultura en el país. ¿Pero cómo y por qué esa ley apoyada en la economía naranja, es un verdadero
atentado a la cultura? La cultura ya
estaba permeada por las industrias
culturales, que según los estudiosos de la sociedad hemos ubicado en la
consolidación de una hegemonía cultural que termina siendo excluyente, sobre
todo en un país donde la industria no beneficia a sectores sociales desde
siempre abandonados. Recientemente la idea de industria cultural se transformó
en industrias creativas. Cambia el
nombre pero la esencia es la misma.
En un país como
el nuestro que desde la década de los años noventa, abrió sus puertas al
neoliberalismo salvaje donde la salud y la educación entraron sin retorno
posible en el campo de la oferta y la demanda acentuando la privatización y
precarizando el papel del Estado, pues como reza nuestra constitución, debe velar
por la salud y la educación de sus ciudadanos. El campo cultural que se había
visto medianamente protegido de las leyes del mercado, más por el olvido del
sector empresarial y bancario, hoy con
la ley naranja, la privatización de la cultura es ya un hecho. Es decir, tal
como los ciudadanos debemos pagar por una salud de muy pésima calidad
administradas por EPS y debemos empeñar hasta el pellejo con créditos educativos
a entidades bancarias, o como el mismo ICETEX para financiar nuestros estudios
o el de nuestros hijos, ahora los trabajadores de la cultura que siempre han
estado abandonados a su suerte por el Estado, deberán si desean sobrevivir en
este complejo mundo de las competencias, pedir créditos y endeudarse.
Por eso la ley
naranja viene respaldada por Findeter (Financiera de Desarrollo Teeritorial)
que administrará los recursos destinados al sector cultural, pero mediante
créditos no lo olvidemos. El asunto parece bondadoso, pero cuando recordamos
que esta entidad estaba implicada en el escándalo de Odebrecht, la cosa se pone
color de hormiga. Bancoldex (Banco de Desarrollo Empresarial y Comercio Exterior),
será la entidad que financiará dicho créditos a tasas de interés propias de
nuestro sistema bancario por cierto predador. InnPulsa Colombia y el Fondo
Emprender del SENA jugarán también un papel fundamental en este sistema de
financiación del sector cultural.
Exprimidos como jugo de naranja.
El jugo de
naranja es verdaderamente delicioso y está lleno de bondades; vitamina C en
buenas cantidades lo que lo convierte en un buen energizante y propicio para la
creación de anticuerpos. Pero con los proponentes de esta ley que han dado
muestra de ingenio y creatividad superando a cualquier artista, al ponerle a
esta nefasta ley tan maravilloso nombre, la naranja dejará de ser una de las
frutas preferidas de los colombianos, quienes iniciaban su día con ella. Pues
les recordará un trago amargo difícil de tragar. Ustedes dirán que mi pesimismo
se me ha alborotado y quizá tienen razón. ¿Cómo creer en una ley que va a
precarizar aún más el sector de los trabajadores culturales? ¿Por qué razón esa
ley no exigió impuestos a las grandes empresas para financiar y subsidiar el
campo cultural que goza de gran abandono estatal pese a los pequeños esfuerzos
del Ministerio de Cultura? Pues no hay
que olvidar que un país en guerra (hasta hace poco en proceso de paz donde aún
faltan otros actores del conflicto que entren en la misma onda), la cultura así
como la educación y la salud son los últimos en estamentos en los que el Estado
invierte. Es decir a esa niña fea que es la cultura, el Estado le asigna un
paupérrimo presupuesto; pero ahora de la noche a la mañana si le paran bolas
pues será fuente de enriquecimiento del sistema financiero y no de los
trabajadores de la cultura como pregona a los cuatro vientos el senador Iván
Duque.
Un ejemplo que
suele usar el senador Duque en sus presentaciones de la ley, es el de Gabriel
García Márquez, insistiendo que él nunca imaginó como su obra hoy gracias a las
nuevas tecnologías, se ha dado a conocer por todo el mundo. Lo que si es cierto
es nuestro querido Gabito nunca imaginaría es que hoy alguien de misma la bancada de una
senadora que lo envió a los mismísimos infiernos junto a Fidel Castro, diría
tremenda desfachatez, olvidando por completo que esos Cien años de Soledad que todo el mundo hoy manosea, fue escrita en
México en el exilio entre 1965 y 1966 por persecución política y cultural. En
esos años donde el Plan Alianza para el Progreso, persiguió a intelectuales influenciados
por el proyecto educativo y cultural cubano Casa de las Américas. Es gracias a
ese plan que se instala el divorcio insalvable entre educación y cultura en el
país que tiene como consolidación la creación de Colcultura en 1969.
Así las cosas,
los trabajadores de la cultura que han sobrevivido en el país, como verdaderos
héroes de la Patria, si desean seguir sobreviviendo deberán pensar como empresarios y por supuesto
pensar en cómo salir de la deuda en que se meteran. Es decir, se han endeudado
para poder estudiar y ahora deberán endeudarse aún más para ejercer su
profesión. El colmo. Esto va de la mano lo recuerdan espero, con el proyecto
donde la DIAN comenzaría a cobrar a los artistas impuestos. ¿Es esto justo
donde le mayor evasor de impuestos son las empresas y no propiamente los
ciudadanos? Hasta ahora los trabajadores de la cultura, no pagaban impuestos
por obvias razones. Cuando demuestren ingresos así sean por prestamos tendrán
que comenzar a pagar. De manera que ellos serán exprimidos como jugosas
naranjas hasta la última gota por la maquinaria empresarial de la economía
naranja impuesta por el Centro Democrático y avalada por la Unidad Nacional.
Cultura para el postconflicto y no economía naranja.
En un país como
el nuestro, con grandes brechas sociales que sueña con salir de la guerra, las
políticas culturales deben estar orientadas para intentar generar una
consolidación del tejido social tan deshilachado y maltrecho por más de un
siglo de conflicto político pues la cosa remonta a mucho tiempo atrás. La
cultura en nuestro país ha sido una cultura de élite, acentuada desde la
Regeneración a finales del siglo XIX y llevada al límite desde la década de los
años 60 del siglo pasado. Lo popular donde lo campesino tiene un fuerte arraigo
en nuestro contexto social, ha sido dejado de lado. Y ahora que buena parte de
individuos, tildados hasta hace poco como terroristas, y los que siguen con
este sonsonete son nada menos ni nada más que los de Centro Democrático,
deberán ser contemplados como ciudadanos, la cultura y su implementación debe
replantearse por completo. Y para ello hay que volver a su origen etimológico: cultivare significa cuidar de. Y el cuidado de
está muy unido al territorio, al terruño, a la tierra. Y justamente ese lugar común que nos es propiamente un
bien común sino un bien privado el origen de nuestros conflictos sociales y
políticos. Reforma agraria viene de la mano con redestribución de lo sensible,
así a Fedegan le duela. De ahí que el proponente de la ley hable de “un país
que se concentre en el individuo” es decir no la comunidad ni en el bien común
de la sociedad.
Pero es ahí
donde asaltan las dudas sobre las bondades de la ley naranja, pues excluye de
tajo a los que siempre han sido excluidos. A los que han sido borrados de la
historia política y social y por ende cultural del país, como el “ruanetas” que
Rafael Nuñez en plena Renegeración mandó literalmente a borrar del gran telón
del Teatro Colón, pintado por Anibal Gatti, por ser considerado de muy mal
gusto a ese personaje con ruana, sombrero ajado y alpargatas al lado de las
grandes alegorías de la música clásica y la opera.
Esta ley vulnera
claramente los derechos de los trabajadores de la cultura, quienes ya se están
organizando para frenarla antes de la firma del presidente, pues esta ley tiene
ya sus propios Micos (Mercado Internacional de Contenidos Originarios) es decir
más cinismo no cabía ahí. Los bienes inmateriales considerados hasta hace poco
como bienes patrimoniales de la nación gracias a la Constitución del 91 que
reconoció al país como una nación pluriétnica y multicultural, serán ahora
bienes y servicios, cosa dura esta. En fin, frente a eso los Trabajadores de la
Cultura de todo el país se reuniron el pasado domingo 21 de mayo en Bogotá para
tomar decisiones al respecto pues la cultura no es algo que se negocia con un
banco. La cultura de un país como el nuestro no es un bien privado presa del
capital financiero y con tu jugito de naranja Centro Democrático a endulsarle
el oido a otros.
Ricardo
Arcos-Palma.
Bogotá, 29 de
mayo del 2017. Teórico y crítico del arte y la cultura. Profesor U.N.
Comentarios