Vistazo Crítico 143: La ley naranja no es propiamente nuestra media naranja.



LA LEY NARANJA NO ES PROPIAMENTE NUESTRA MEDIA NARANJA

“Las aves del país de la Belleza. El Arte en la antigüedad pagana era una religión: el culto de lo bello. Era un culto hosco y fanático. La belleza era Inmutable e impecable en las líneas severas de sus formas. Su rostro olímpico, sus músculos divinos, no se contraían al contacto de la vida”.
José María Vargas Vila. Ibis, 1900.
En Colombia se han disparado las alarmas en el sector cultural, desde que el Congreso de la República aprobó la famosa Ley Naranja propuesta por el Senador Iván Duque del Centro Democrático y pre-candidato presidencial quien por cierto ha sido un gran opositor a los acuerdos de paz. Los lectores de Vistazos Críticos se preguntarán ¿por qué razón un amplio sector de los Trabajadores de la Cultura como los grupos de teatro y de danza, las agremiaciones de escritores y de artistas, así como la gente del mundo del cine y la televisión entre otros se han alarmado con esta ley? Temores bien fundados, dado que con esta ley se afecta uno de los sectores hasta ahora medianamente protegidos por las reglas del mercado donde la oferta y la demanda generaran una feroz competencia entre los actores culturales.
La ley que pasó sin mayor debate en el Congreso, es decir pasó completamente desapercibida, pues en un país como el nuestro la cultura no es una prioridad política, vulnera sin lugar a dudas la ya precaria condición laboral de los trabajadores de la cultura en el país. ¿Pero cómo y por qué esa ley apoyada en la economía naranja, es un verdadero atentado a la cultura?  La cultura ya estaba permeada por las industrias culturales, que según los estudiosos de la sociedad hemos ubicado en la consolidación de una hegemonía cultural que termina siendo excluyente, sobre todo en un país donde la industria no beneficia a sectores sociales desde siempre abandonados. Recientemente la idea de industria cultural se transformó en industrias creativas. Cambia el nombre pero la esencia es la misma.
En un país como el nuestro que desde la década de los años noventa, abrió sus puertas al neoliberalismo salvaje donde la salud y la educación entraron sin retorno posible en el campo de la oferta y la demanda acentuando la privatización y precarizando el papel del Estado, pues como reza nuestra constitución, debe velar por la salud y la educación de sus ciudadanos. El campo cultural que se había visto medianamente protegido de las leyes del mercado, más por el olvido del sector empresarial y bancario,  hoy con la ley naranja, la privatización de la cultura es ya un hecho. Es decir, tal como los ciudadanos debemos pagar por una salud de muy pésima calidad administradas por EPS y debemos empeñar hasta el pellejo con créditos educativos a entidades bancarias, o como el mismo ICETEX para financiar nuestros estudios o el de nuestros hijos, ahora los trabajadores de la cultura que siempre han estado abandonados a su suerte por el Estado, deberán si desean sobrevivir en este complejo mundo de las competencias, pedir créditos y endeudarse.
Por eso la ley naranja viene respaldada por Findeter (Financiera de Desarrollo Teeritorial) que administrará los recursos destinados al sector cultural, pero mediante créditos no lo olvidemos. El asunto parece bondadoso, pero cuando recordamos que esta entidad estaba implicada en el escándalo de Odebrecht, la cosa se pone color de hormiga. Bancoldex (Banco de Desarrollo Empresarial y Comercio Exterior), será la entidad que financiará dicho créditos a tasas de interés propias de nuestro sistema bancario por cierto predador. InnPulsa Colombia y el Fondo Emprender del SENA jugarán también un papel fundamental en este sistema de financiación del sector cultural.


Exprimidos como jugo de naranja.
El jugo de naranja es verdaderamente delicioso y está lleno de bondades; vitamina C en buenas cantidades lo que lo convierte en un buen energizante y propicio para la creación de anticuerpos. Pero con los proponentes de esta ley que han dado muestra de ingenio y creatividad superando a cualquier artista, al ponerle a esta nefasta ley tan maravilloso nombre, la naranja dejará de ser una de las frutas preferidas de los colombianos, quienes iniciaban su día con ella. Pues les recordará un trago amargo difícil de tragar. Ustedes dirán que mi pesimismo se me ha alborotado y quizá tienen razón. ¿Cómo creer en una ley que va a precarizar aún más el sector de los trabajadores culturales? ¿Por qué razón esa ley no exigió impuestos a las grandes empresas para financiar y subsidiar el campo cultural que goza de gran abandono estatal pese a los pequeños esfuerzos del Ministerio de Cultura?  Pues no hay que olvidar que un país en guerra (hasta hace poco en proceso de paz donde aún faltan otros actores del conflicto que entren en la misma onda), la cultura así como la educación y la salud son los últimos en estamentos en los que el Estado invierte. Es decir a esa niña fea que es la cultura, el Estado le asigna un paupérrimo presupuesto; pero ahora de la noche a la mañana si le paran bolas pues será fuente de enriquecimiento del sistema financiero y no de los trabajadores de la cultura como pregona a los cuatro vientos el senador Iván Duque.
Un ejemplo que suele usar el senador Duque en sus presentaciones de la ley, es el de Gabriel García Márquez, insistiendo que él nunca imaginó como su obra hoy gracias a las nuevas tecnologías, se ha dado a conocer por todo el mundo. Lo que si es cierto es nuestro querido Gabito nunca imaginaría  es que hoy alguien de misma la bancada de una senadora que lo envió a los mismísimos infiernos junto a Fidel Castro, diría tremenda desfachatez, olvidando por completo que esos Cien años de Soledad que todo el mundo hoy manosea, fue escrita en México en el exilio entre 1965 y 1966 por persecución política y cultural. En esos años donde el Plan Alianza para el Progreso, persiguió a intelectuales influenciados por el proyecto educativo y cultural cubano Casa de las Américas. Es gracias a ese plan que se instala el divorcio insalvable entre educación y cultura en el país que tiene como consolidación la creación de Colcultura en 1969.
Así las cosas, los trabajadores de la cultura que han sobrevivido en el país, como verdaderos héroes de la Patria, si desean seguir sobreviviendo  deberán pensar como empresarios y por supuesto pensar en cómo salir de la deuda en que se meteran. Es decir, se han endeudado para poder estudiar y ahora deberán endeudarse aún más para ejercer su profesión. El colmo. Esto va de la mano lo recuerdan espero, con el proyecto donde la DIAN comenzaría a cobrar a los artistas impuestos. ¿Es esto justo donde le mayor evasor de impuestos son las empresas y no propiamente los ciudadanos? Hasta ahora los trabajadores de la cultura, no pagaban impuestos por obvias razones. Cuando demuestren ingresos así sean por prestamos tendrán que comenzar a pagar. De manera que ellos serán exprimidos como jugosas naranjas hasta la última gota por la maquinaria empresarial de la economía naranja impuesta por el Centro Democrático y avalada por la Unidad Nacional.

Cultura para el postconflicto y no economía naranja.
En un país como el nuestro, con grandes brechas sociales que sueña con salir de la guerra, las políticas culturales deben estar orientadas para intentar generar una consolidación del tejido social tan deshilachado y maltrecho por más de un siglo de conflicto político pues la cosa remonta a mucho tiempo atrás. La cultura en nuestro país ha sido una cultura de élite, acentuada desde la Regeneración a finales del siglo XIX y llevada al límite desde la década de los años 60 del siglo pasado. Lo popular donde lo campesino tiene un fuerte arraigo en nuestro contexto social, ha sido dejado de lado. Y ahora que buena parte de individuos, tildados hasta hace poco como terroristas, y los que siguen con este sonsonete son nada menos ni nada más que los de Centro Democrático, deberán ser contemplados como ciudadanos, la cultura y su implementación debe replantearse por completo. Y para ello hay que volver a su origen etimológico: cultivare significa cuidar de. Y el cuidado de está muy unido al territorio, al terruño, a la tierra. Y justamente ese lugar común que nos es propiamente un bien común sino un bien privado el origen de nuestros conflictos sociales y políticos. Reforma agraria viene de la mano con redestribución de lo sensible, así a Fedegan le duela. De ahí que el proponente de la ley hable de “un país que se concentre en el individuo” es decir no la comunidad ni en el bien común de la sociedad.
Pero es ahí donde asaltan las dudas sobre las bondades de la ley naranja, pues excluye de tajo a los que siempre han sido excluidos. A los que han sido borrados de la historia política y social y por ende cultural del país, como el “ruanetas” que Rafael Nuñez en plena Renegeración mandó literalmente a borrar del gran telón del Teatro Colón, pintado por Anibal Gatti, por ser considerado de muy mal gusto a ese personaje con ruana, sombrero ajado y alpargatas al lado de las grandes alegorías de la música clásica y la opera.
Esta ley vulnera claramente los derechos de los trabajadores de la cultura, quienes ya se están organizando para frenarla antes de la firma del presidente, pues esta ley tiene ya sus propios Micos (Mercado Internacional de Contenidos Originarios) es decir más cinismo no cabía ahí. Los bienes inmateriales considerados hasta hace poco como bienes patrimoniales de la nación gracias a la Constitución del 91 que reconoció al país como una nación pluriétnica y multicultural, serán ahora bienes y servicios, cosa dura esta. En fin, frente a eso los Trabajadores de la Cultura de todo el país se reuniron el pasado domingo 21 de mayo en Bogotá para tomar decisiones al respecto pues la cultura no es algo que se negocia con un banco. La cultura de un país como el nuestro no es un bien privado presa del capital financiero y con tu jugito de naranja Centro Democrático a endulsarle el oido a otros.

Ricardo Arcos-Palma.
Bogotá, 29 de mayo del 2017. Teórico y crítico del arte y la cultura. Profesor U.N.




Comentarios