Vistazo Crítico 132: Mario Vélez: Canto Rodado.



MARIO VÉLEZ / CANTO RODADO
Galería Christopher Paschall

En Colombia hay un debate aplazado: la pintura no ha muerto. Inexplicablemente y sobre todo a partir de la década de los 90 del siglo pasado y, quizá haciendo eco a la sentencia de Charles Saatchi, quien por aquella época decidió no seguir coleccionando pintura, en nuestro país comenzó una guerra sin cuartel contra la pintura, borrándola prácticamente del escenario del arte contemporáneo. Esto que de una u otra manera contribuyó a desprestigiar a la pintura en nuestro medio, en Europa y Norte América la cosa fue diferente pues la pintura sí tenía un lugar dentro del arte contemporáneo. Artistas como Mario Vélez, más conocido por su trabajo en el extranjero que en Colombia, sigue trabajando alrededor y en la pintura, pero problematizándola de manera inteligente con el espacio, con el tema, con la técnica misma y acentuando un aspecto conceptual que le aleja de un virtuosismo banal.



 




Vélez expone su más reciente obra Canto Rodado, en la Galería Christopher Paschall en Bogotá.  Encontramos en ella grandes formatos con una paleta de colores tierras, sienas, dorados, grises y verdes que representan la relación del individuo con la naturaleza y el cosmos. Un tema en principio muy difícil de representar. Por ejemplo en el tríptico “Fragmentos de tiempo” (2013-14), observamos una serie de formas como si fueran embriones o huevos rojos y amarillos y violetas sobre un fondo siena casi naranja que acentúan el carácter natural y orgánico de sus obras, que se enmarcan mucho más allá del abstraccionismo. Aquí hay una fuerte reminiscencia a la obra de Francis Baco, solo que ya no hay  figuras humanas o animales. Las únicas figuras son esos “huevos”.



Pero observando toda la exposición nos damos cuenta que en realidad no son huevos sino formas que aluden a las rocas y a las piedras. De hecho, la exposición arranca con una video donde podemos ver una mano que hace rodar unas piedras de río. El sonido que se produce del choque entre las piedras es amplificado en todo el espacio donde está este vídeo acompañado de unas obras escultóricas donde hay en una de ellas una urna que contiene una enorme piedra que tiene la forma semejante a las que pinta Vélez. La piedra se puede tocar gracias a dos orificios que hay en la urna de cristal que la cubre. Una extraña sensación se genera en nosotros, cuando tocamos la piedra, vemos el vídeo y escuchamos el chocar de las piedras. Ahora sí podemos comprender pinturas como “Silencios estelares” (2013-14) en las cuales encontramos una referencia a esas mismas rocas que se generan un diálogo armónico entre ellas mimas e insistiendo en que el silencio es en verdad una manera de anudar la depuración o decantación de los sonidos y no la ausencia de sonido como se pensaba erróneamente.


En otros espacios de la galería encontramos unos objetos escultóricos titulados: “poscolombinos” (2014), piezas verdaderamente magistrales que juegan con la idea de un periodo posterior a la cultura colombina. El artista Oscar Murillo estaría muy feliz de ver esto: unos monopatines de color grisáceos como la piedra, sirven de soporte a algunas piedras de río y algunos huevos dorados. Es como si esas formas que Vélez pinta en sus cuadros salieran de la tela para materializarse en estos objetos que están en el suelo o en una urna de cristal, preciosamente exhibidos como si fueran objetos que dialogarían con los precolombinos. Hay en estas obras un sutil humor que nos roba una sonrisa, algo que en verdad hace falta en la gravedad del arte contemporáneo.


 

Al ingresar a la sala principal de la galería nos encontramos con una buena cantidad de obras de gran formato “Péndulos”, “Universo oscilante en paralelo”, “Vibraciones angulares” entre otras tantas que nos recuerdan que el universo tiene una peso, pero que ese peso  puede aligerarse. De hecho uno como espectador se siente ligero en esa experiencia. Aún más cuando esa ligereza se acentúa con una buena cantidad de piedra que están dispuestas en el suelo, lo que condiciona nuestro recorrido que zigzaguea; nuestra percepción es distinta y la experiencia estética se hace más enriquecedora. El rodamiento ahora lo sabemos, se convierte en una prolongación de la materia que terminando dando la forma a esas piedras. El rodar de los años las va puliendo. Es el tiempo que interviene en esa talla constante.

   

A esto me refería cuando abrí este texto. Este tipo de obras que problematizan la pintura, enalteciéndola y, que van más allá del cuadro sin despedazarlo, sin borrarlo del espacio logran ponernos a pensar y sentir más allá de un simple y banal acto de contemplación. Cantera, decantación, canto, rodamientos, todo un universo plástico  que nos hace descubrir Mario Vélez, quien a partir de ahora, será recordado en nuestro medio como un excelente artista que conquista Bogotá.

Ricardo Arcos-Palma.
Bogotá, enero del 2014.
Este texto será publicado en ArtNexus.



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