Jardín de Malezas, de
Camilo Bojacá.
Espacio El Dorado.
Nada
más contradictorio en esencia que un jardín de malezas, pues los jardines en
principio son todos llenos de buenas hierbas, flores olorosas y plantas
hermosas: desde el jardín inglés, hasta el francés pasando por los tan famosos
jardines japoneses donde todo es controlado. Pero al mismo tiempo, nada más
contundente, poéticamente hablando que imaginar, ver y oler un jardín de
malezas. Un buen jardinero, diría Monet (excelente jardinero), sabe como
“ordenar” su jardín: qué flores poner al lado de otras. No gratuitamente el
pintor impresionista daba una gran importancia a su jardín, inspirado, no en
los jardines ingleses y mucho menos en los franceses que eran para él
decadentes, sino más bien, en los japoneses que tienen una particularidad:
respectar el espacio y no alterarlo. En ese mismo siglo XIX, donde el mal ocupa
un lugar importante en el imaginario colectivo, el poeta Baudelaire, escribía
sus famosas “Flores del Mal”. Esas flores enfermizas, dedicadas a un “hipócrita
lector”, que no entendería nada sobre esta flora
maléfica, que crecería en el apogeo del capitalismo donde ruina y progreso
van de la mano; estos entre otros podrían ser antecedentes perfectos para la
intervención plástica “Jardín de Malezas” de Camilo Bojacá.
Esta
intervención se realiza en un lote baldío, futura sede del espacio expositivo El
Dorado de la Fundación Bachué en Bogotá. En este espacio situado justo al
frente de las Torres del Parque, Bojacá logra instalar su jardín creando un
ambiente propicio donde las plantas surgen entre los intersticios y construcciones
que el mismo artista ha dispuesto en concreto y ladrillo. Sobre unos pequeños
andamios que realizados por el artista, reposan unas “construcciones” de
concreto y ladrillo, maquetas de espacios imposibles que soportan algunos
bonsái. Al lado de estas pequeñas construcciones, crecen sin control alguno
entre los intersticios de la ruina, algunas plantas malas hierbas, que
comienzan a invadir y cubrir el espacio poco a poco.
Así
por ejemplo vemos una maqueta con edificaciones de concreto referenciado a una
gran ciudad que puede ser Tokyo, New York o Bogotá. De esta maqueta surge una
construcción en hierro que semeja a una torre: no es la torre Eiffel ni tampoco
la famosa torre de Tatlin: es una construcción que parece un poso petrolero y
que pare extenderse a uno de sus costados para soportar un bonsái en matera
realizada también en concreto: a los pies de dicha construcción, surge con
fuerza las malezas como el diente de león, que crece tan generosamente en
cualquier rincón donde haya un poco de tierra o polvo y algo de humedad.
El
artista dice lo siguiente respecto a su proyecto: “El terreno baldío como la
manifestación del olvido o del fracaso de un proyecto o estructura, el consumo
total de una edificación. Puede ser un territorio cercado que ha quedado
confinado en una suerte de indefinición sobre su uso o su propósito, o por el
contrario el resultado de una estrategia más compleja, que tiene que ver con el
asedio y el despojo (…) Quizás estas pequeñas malezas nos devuelven a ese campo
en el que toma tiempo y trabajo crecer, en el que dicho tiempo transcurre con
lentitud y en el los límites de la naturaleza y la arquitectura tienen una
relación estrecha de mutuo beneficio. Es entonces el espacio baldío una
oportunidad para cuestionarnos sobre la forma como entablamos nuestra relación
con el espacio circundante y la naturaleza.”[i]
Territorio,
lugar, construcción, ciudad, naturaleza son elementos constantes en la obra de
Camilo Bojacá quien a partir del dibujo, incursiona poco a poco en las
intervenciones escultóricas. Sus construcciones van siendo invadidas por la
maleza que como hemos dicho generan un diálogo con ellas. Y la pregunta
inevitable surge: ¿por qué estas matas son consideradas como malezas? El mal
parece crecer sin control en un terreno baldío. Las hierbas malsanas inundan el
lugar como si fuera una nueva vorágine, que crece sin control. En efecto, en
esos nuevos territorios las vegetación escapa al control, generando un nuevo
paisaje donde la ruina enmarca literalmente la naturaleza, que en poco tiempo
cederá terreno a las construcciones materializaciones implacables del progreso.
Existen
varios antecedentes arquitectónicos y urbanos que inspiran al artista: En
Saruhanbey-Turquía un inmenso árbol parece horadar una construcción: pero en realidad la construcción ha respetado
al árbol que estaba ahí desde hacía muchos años. Lo mismo parece suceder en
algunos paraderos de buses en Bogotá, donde los techos son verdaderas materas.
Y un último referente importante para Bojacá es un edificio en Beijing que
tiene una montaña en su terraza. Las edificaciones pueden convivir con la
naturaleza, parece insistir el artista con su jardín de malezas, generando así una nueva cartografía política de
las plantas que ya José Roca había explorado en el arte colombiano.
Ricardo
Arcos-Palma.
Bogotá Octubre del 2014.
[i] Camilo Bojacá. Jardín
de Malezas, Cuaderno Bachué No. 1. 2014.
El anterior texto fue publicado en la Revista ArtNexus.
Comentarios