“La performance es cuerpo, tiempo y espacio; a partir de esto se gestan las acciones”.
María Teresa Hincapié.
“Un cuerpo alado que parece flotar sobre el espacio;
desde la extrema lentitud el ángel rompe con la
temporalidad cotidiana y nos introduce en otro
tiempo: el tiempo de la contemplación, el tiempo
de lo sagrado donde se flota“.
Consuelo Pabón. “Sobre Dulce Compañía, de María T. Hincapié”.
Un año más tarde, en otro encuentro María Teresa Hincapié ve la posibilidad de comenzar a crear una brecha mucho más amplia con el teatro en una variación de “Ondina”: junto al artista José Alejandro Restrepo, quien realiza la música de esta pieza, logra abrir la puerta de la experimentación hacia la plástica; con “Parquedades” (1987) presentada en el Teatro La Candelaria, Hincapié presiente que se ha dado el paso para alejarse del teatro: “Yo creo que ahí comienza a gestarse lo que podría llamarse una acción plástica, porque ya no es teatro, porque no hay una historia, no hay personajes. El trabajo en Parquedades incluía cinco televisores con imágenes donde se veían imágenes de parques, pies que pasaban, palomitas en el parque; había una acción, yo les tiraba arroz a las palomitas, pero es como muy loca esa imagen porque no era el espacio real, pero sí era el espacio real”[i.
Pero la ruptura total se da más tarde, cuando un cambio profundo irrumpe en su vida: Hincapié configura su obra “Si esto fuera un principio de infinito” (1987). Esta “obra” completamente intimista -pues no fue realizada en un principio para ser exhibida, sino como un método de perfección actoral-, se realiza en el antiguo Cine Cuba; allí la artista trabajaba doce horas diarias, en busca de la perfección y dominio de los movimientos corporales dentro de un marco de acciones cotidianas consideradas hasta ese entonces como condición de lo femenino: cocinar, organizar, barrer, etc. Ese lugar se convirtió en el lugar donde la artista vivía. Aquí, en este mismo momento y espacio, podemos afirmar que el vínculo entre el arte y la vida se estrechaba con mayor fuerza y radicalidad. La acción duró unos tres días. Poca gente asistió al evento, tan solo unas cinco o seis personas, según contaba la propia artista.
Sin embargo, un hecho determinante que le va dar un giro importante a su obra, es la inclusión de su propuesta en la institución del arte: la profesora y artista María Helena Bernal entonces directora del Museo de Arte de la Universidad Nacional, con una clara visión de la misión del museo universitario, que consiste en abrir las puertas a las nuevas figuras del arte nacional e internacional (visión que se ha ido desdibujando desde hace muy poco, pues se pretende exponer solamente lo ya consolidado artísticamente), acepta la propuesta de María Teresa Hincapié y así en 1989 se presenta la obra “Punto de Fuga” que recogía toda la experiencia del Teatro Cuba situado en la 2ª con 20 en Bogotá.
Durante este mismo año María Teresa Hincapié había realizado con José Alejandro Restrepo la obra “Vitrina” (1989), obra performática presentada en el Encuentro Latinoamericano de Teatro Popular en Bogotá, donde la artista detrás de una de las vitrinas de la actual Librería Lerner, escribía con lápiz labial, frases alusivas a la condición femenina en una clara posición crítica, donde la mujer se exhibe como un objeto de consumo. Otro encuentro decisivo en su obra es con la artista Doris Salcedo, quien por esos años había regresado al país después de su estadía en Estados Unidos; Salcedo le hace conocer la obra de Joseph Beuys, referente importante para estas dos artistas. Las condiciones estaban dadas para que en 1990, la artista recibiera el primer premio del XXXIII Salón Nacional de Artistas con su obra “Una cosa es una cosa” junto a otros tres premios, dos de pintura y uno de escultura. Recuerdo ese instante con mucha claridad su performance: en uno de los recintos de Corferias adaptados para acoger el salón, la artista realizaba una acción de larga duración disponiendo uno a uno, detrás de otro, objetos de la vida cotidiana. Cada objeto era dispuesto con mucha lentitud, generando un dibujo en el suelo, semejante a una espiral o más bien a un laberinto que parecía ser una espiral en greca. Aquí lo cotidiano comienza a tocar lo sagrado: una fuerte reminiscencia de los mándalas y la meditación oriental comienza a tener asidero en su obra.
Uno de los jurados de esta versión del Salón, veía en este trabajo algo más que lo performático; David Ross profesor de la Universidad de Harvard decía: “Es importante reconocer que este trabajo no es teatro, no es perfomance como tal, lo que estamos viendo es el proceso mismo de hacer escultura extendida y abierta ante una audiencia. En vez de enfocarse hacia el resultado final de la escultura enfocamos el proceso, las acciones y hemos aprendido, los artistas nos han demostrado en estos tiempos, que el proceso en sí mismo puede ser tan rico y conmovedor como el producto final de la escultura tradicional (…) Lo que me sedujo en el trabajo de María Teresa Hincapié, fue la manera como ella tomó estos objetos, estableció un vocabulario, jugó con ellos, desconstruyó este vocabulario, lo recombinó. Lo hizo despacio, repetida, monótona y placenteramente, por un largo período de tiempo.[iii”
Armenia, ciudad natal de la artista, dos años después de su muerte, decide rendir un homenaje a su vida y obra, que son lo mismo para María Teresa Hincapié. Para ello, invita a una serie de artistas, que de una u otra manera han recogido su aporte. Algunos de ellos, se encuentran en lo que he denominado la generación de los noventa[iv conformada por Constanza Camelo, Raúl Naranjo, Erika Mabel Jaramillo, María José Arjona, Edwin Jimeno, Adolfo Cifuentes, Rosemberg Sandoval entre otros. Alonso Zuluaga, Yuri Forero y Fernando Pertuz por ejemplo, han entrado en la historia del arte colombiano, gracias a la curaduría y el importante estudio, “Actos de Fabulación”, realizado por la filósofa Consuelo Pabón al final de la década de los noventa, dentro del Proyecto Curatorial “Pentágono” impulsado desde el Ministerio de Cultura[v. Dentro de los nombres de los artistas que participaron en el encuentro de Armenia, están Gustavo Villa, Yordaly Ruíz, Yuri Hernando Forero, Luis Fernando Arango, Alonso Zuluaga, Jorge Iván Bermúdez y Fernando Pertuz. Ellos estaban acompañados por artistas más jóvenes que se expresan mediante el performance como Laura Hernández, Tzitzi Barrantes y Álvaro Herrera. El maestro Dioscórides Pérez quien ha asumido el performance como algo ritual desde hace ya varios años, fue el invitado de honor a este Festival, donde realizó un taller-performance. En la segunda parte de este vistazo crítico daremos cuenta de la participación de estos artistas, la cual fue transcendente; hecho que demuestra una vez más, “lo que puede un cuerpo”[vi en un contexto como el Colombiano, donde el cuerpo es reducido al silencio.
Ricardo Arcos-Palma. Bogotá, 10 de septiembre del 2010.
notas:
[i Hincapié, María Teresa. Conversaciones con Magda Bernal de Herrera en “Un anzuelo y el Salmón. María Teresa Hincapié, Caminar hacia lo sagrado”. Tesis de Maestría en Historia y Teoría del Arte, la Arquitectura y la Ciudad. Universidad Nacional de Colombia. Texto inédito. [ii Rodríguez, Marta. Performance Punto de Fuga de María Teresa Hincapié. Arte en Colombia Internacional, N° 40, Bogotá, 1989.
[iii Testimonios recolectados por Magda Bernal de Herrera en su tesis. p. 74.
[iv Arcos-Palma, Ricardo. El performance en Colombia a finales del siglo XX. Apuntes de una investigación de una generación olvidada. Revista virtual Reflector. Universidad Nacional de Colombia, Julio 2007. http://www.reflector.unal.edu.co/elperformance.pdf
[v Proyecto Pentágono. Investigaciones sobre arte contemporáneo en Colombia. Min, Cultura. 2000.
Pabón, Consuelo. Actos de Fabulación. Arte, Cuerpo y Pensamiento. Memorias de una itinerancia. Premio en ensayo histórico, compilación, 2005, Instituto Distrital de Cultura y Turismo.
[vi Plástica. Capítulo 7. Lo que puede un cuerpo. Ministerio de Cultura. 2004. http://vimeo.com/3542688.
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