Vistazo crítico a la obra de José Alejandro Restrepo.
Hoy jueves 8 de mayo, en la tarde, decidí ir a ver la exposición de José Alejandro Restrepo, expuesta en la galería Valenzuela & Klenner. En la tarde, salí de mi apartamento y esperé a que la buseta “Muzú” me llevara a la Macarena. A la altura de las Torres del parque, luego de pasar el semáforo de la quinta, me dispongo a bajar mientras una multitud de jóvenes arremolinados, lanzaban arengas a la policía que estaba apostada a la altura de la tercera: los estudiantes de la Universidad Distrital estaban atrincherados en el campus universitario. Me detengo por unos instantes y luego sigo mi camino. Al llegar, la galería estaba cerrada. Miro en un anuncio donde estaba escrito los horarios, miro mi reloj y toco el timbre. Un chica abre la puerta “alguien cerró” dijo ella invitándome a entrar.
Inmediatamente me encuentro en una semi-penumbra que hace posible que mis ojos se habitúen a ella, muy lentamente. Al mismo tiempo una imagen emerge de una pantalla de televisor que está enmarcado en un mueble en madera de los años setentas. El mueble se encuentra sobre una camilla metálica generando un extraño objeto. Sobre el mueble en madera una cantidad de conchas de caracol, que perecen moverse se “desplazan” por la pared ascendiendo hacia el techo. La imagen es de un personaje que surge una y otra vez en la iconografía de Restrepo: un enmascarado a la manera de los héroes de lucha libre quien parece luchar por salir de su prisión-pantalla de televisor. Las manos del individuo y su rostro se pegan al cristal del televisor como para recordarnos que es necesario “ver para creer”.
El título de esta obra es “San Job II” el santo de la paciencia y aquél que hacía preguntas sin respuesta, aquel que sufría aceptando todos los males que le caían encima pues estimaba que eran consecuencia de sus pecados. Un santo, como el legendario héroe méxicano de lucha libre el “enmascarado de plata” quien se convirtió en todo un icono de la justicia en América Latina. Esta obra, al igual que el santo cristiano, genera preguntas sin respuestas no tan evidentes. El televisor-prisión sobre una camilla de morgue, insiste en el papel de los medios de comunicación quienes erigen la imagen en una verdad ineluctable. Todo entra por los ojos, parece insistir Restrepo en su obra. La imagen toca lo sagrado.
Ahora recuerdo la exposición “Iconomía” del premio Luis Caballero en el año 2000, donde Restrepo tomando textos religiosos señalaba el papel de la imagen dentro del contexto de la creencia; una de esas frases escritas en las paredes de la sala de exposición era: “No te harás imágenes ni ninguna semejanza. No te postrarás ante ellas, ni les darás culto” (Éxodo 20:30-17). La otra frase que aparecía en la exposición y que extraigo de mi cuaderno de notas de aquellos años es la siguiente: “Si se suprimiera la imagen, no sólo se suprime a Cristo, sino es el universo entero el que desaparecería”. (Niceforo. El Patriarca). Sin duda alguna Restrepo indaga sobre la relación de veracidad de la imagen que se vehícula en los medios de comunicación audiovisuales, en un contexto excesivamente religioso como el nuestro. Ver para creer, esta divisa que marca la pauta de las religiones, es asumida de una manera contundente por los medios de comunicación quienes manipulan la imagen a su antojo. Es corriente encontrar comentarios en la calle, como este: “es cierto, lo ví en la televisión” donde toda posibilidad de duda queda excluida de tajo y donde la opinión se ve condicionada por la fe en las imágenes.
Siguiendo el recorrido de la exposición me topé, todavía en la penumbra, con una roca pintada de blanco que reposaba en el piso junto a la pared de la cual chorreaba desde lo alto una “lluvia” rojiza. "Sangre de cordero" dice en la ficha técnica de la obra “Visión”. La imagen es imagen porque existe la visibilidad. En este caso la imagen alude quizá a esa visión cristiana con la cual se fundó la iglesia: “Pedro [piedra], sobre tu nombre erigiré mi iglesia” Esta unsión es sacrificial, como las hecatombes paganas, que utilizaban al cordero, como una ofrenda. Acto que va a ser recuperado por el catolicismo quien hace de este animal unos de sus iconos. La iglesia se funda con sangre, con la sangre de Cristo y de los corderos que siguen al pastor. El carácter sacrificial propio de todas la religiones, cobra importancia en la obra de Restrepo.
Un sonido atrae mi mirada, una melodía no reconocible me lleva a pensar en esos conventos y lugares de culto religioso. Algo de solemne y espiritual, como la música de Olivier Messian, me atrajo. El sonido está acompañando o “amoblando” diría el propio Restrepo, la obra “Relicario con Santo Prepucio”. Un dispositivo muy sencillo de proyección genera en el techo de la galería una imagen del firmamento donde estrellas, cometas y demás astros, cohabitan con un falo gigante el cuál parece orbitar sin rumbo fijo. Las estrellas por un momento semejan una gran eyaculación. Una leyenda acompaña esta obra donde se dice que la gran mayoría de las grandes iglesias de Europa insisten en tener el Santo prepucio, persistiendo en la mito de si Jesús nació circunciso o no. Para salvar este impase Leo Allatius afirmó que el Santo Prepucio ascendió al universo y se convirtió en el anillo de Saturno, dice el texto que acompaña la obra.
La imaginación de los sabios de la época, le proporcionan a Restrepo materia para jugar con el humor y la ironía, dejando entrever a la mejor manera de Bataille la cercanía entre religiosidad y erotismo. Cercanía evidente y por lo tanto acallada por la propia iglesia en su negación del cuerpo, que como bien lo acentúo la Edad Media e incluso el Renacimiento, el cuerpo es la prisión del alma (Plotino). Frente a esta obra recuerdo la conversación que tuvo el artista con mi colega, la teórica del arte Natalia Gutierrez: Ella le preguntaba hace unos años: “¿Cómo es la relación entre sonido e imagen? Se lo pregunto porque en su obra el sonido usado con tal intensidad es subversivo con la imagen y en sus imágenes entran algunos elementos vitales que rompen la representación.” El artista responde: “Todo entra por los oídos. Estar en el mundo es estar inmerso en los sonidos. Tú puedes cerrar los ojos pero no puedes dejar de oir. A veces se nos olvida que la experiencia del cine o del teatro es igualmente visual y auditiva aunque ésta sea una experiencia menos racionalizada o racionalizable. Para cada trabajo se plantea una dramaturgia precisa. No hay fórmulas. En algunos casos la música es un interlocutor, en otros es telón de fondo en el sentido de Satíe de “amoblamiento” y en otras tiene un papel dramático como una herramienta fuerte y fundamental a nivel de experimentación perceptual (...) Es necesario experimentar con el sonido como un material plástico”[i]. El sonido es parte importante en la obra de Restrepo el cual genera en la imagen una cierta dramaturgia. No olvidemos que el artista a su regreso de París, comienza a trabajar con María Teresa Hincapié y con el Alvaro Restrepo quienes tienen en sus obras lazos muy fuertes con la escena y esta experiencia sin duda marca de manera contundente su obra.
Dejando de lado esta obra, salgo del recinto y me dispongo a subir las escaleras, unas visitantes se divierten a encontrar su imagen en un monitor de televisión que cuelga del techo y que reproduce la escaleras donde nosotros estamos. No hay rastro de nuestra presencia. Eso que genera risas en las visitantes, insiste sobre la idea del misterio, la ausencia de nuestra imagen o de cualquier otra cosa acentúa el misterio. La visibilidad, decía Foucault es un punto ciego “donde se oculta nuestra mirada en el momento en que miramos”. Ese punto ciego hace que desaparezcamos de la imagen, como sucede en el cuadro Las Meninas de Velasquez analizado por Foucault.[ii]
Lo mismo sucede con esta obra que cuelga del techo. Un efecto vampiro, hace que desaparezcamos de la imagen, la extrañeza se instala en el espectador. Continúo subiendo.
En el segundo piso me encuentro con otras obras, está vez, bidimensionales, menos afortunadas, pienso. Solamente destacaría la fotografía en color titulada “Mano superpoderosa” y “Santa Lucía”. En la primera un mano viste cada uno de sus dedos con una marioneta tejida en lana y en la segunda, la imagen de la santa quien tiene en una bandeja sostenida por sus manos sus dos ojos. La intervención sútil del artista rasgando el papel quizá con sus propios dedos, a la altura de los ojos de la santa, insiste en el martirio a la cual fue sometida. En este caso esta obra alude a otras donde el artista ha utilizado monitores de televisión para proyectar los ojos de la santa, convirtiendo cada pantalla en un ojo.
Pero la obra que más llamó mi atención en este piso es “Protomártires” un vídeo de más de cuarenta minutos de duración el cual tuve la fortuna de ver y escuchar el año pasado durante la presentación de la maestría en Teatro y Artes Vivas en la Facultad de Artes de la Universidad Nacional. Esta obra anuda, a mi juicio, la búsqueda de los últimos años de José Alejandro Restrepo. Personajes religiosos como una monja, un seminarista y el “enmascarado” quien esta vez deviene Cristo aparecen y se pasean de un lado a otro de la pantalla. Un muro inmenso y blanco enmarca al escena. La monja arrastra parte de un esqueleto humano: el torso. Mete sus manos entre las costillas, acerca su rostro a esos huesos que son tan blancos como la cal de la pared. Luego la religiosa simula sentarse en el aire y sostiene el esqueleto sobre sus piernas a la manera de la Pietad. Luego aparece un monje... todo esto es silenciosos hasta que aparece otra religiosa, quien con megáfono en mano grita con fuerza.... ese grito ritma frases como esta “este indiecito es hijo de Dios...” Un grito ensordecedor que rompe con el silencio del lugar.
Viendo esta obra recuerdo una imagen: durante el invierno del 2006 en la iglesia de Saint-Eustache, un lugar que me gustaba frecuentar cuando vivía en París porque el órgano del lugar dejaba escapar melodías de Bach - que entre otras cosas no las oía sino ahí-, vi a un individuo que reía a carcajadas frente a una escultura en mármol que representa la Anunciación, la que se encuentra en la nave posterior de la iglesia. La risa del individuo irrumpía con el silencio del lugar a tal punto que su imagen de negro africano, creó una ruptura total con ese momento. El grito en la obra de Restrepo se parecía al reír de ese personaje negro, donde el blanco del la imagen, un blanco luminoso, se veía horadado por la boca de la mujer (Heidi Abderhalden) que gritaba y amplificaba su grito con el megáfono como acentuando ese hueco en el silencio blanco de la pantalla.
Esta obra no puedo dejar de vincularla con la obra “Vidas ejemplares”, presentada durante el mes de febrero de este año en la Casa del Teatro Nacional donde la puesta en escena con los mismo personajes que aparecen en el vídeo “Protomártires”, insistía en la relación entre iglesia y violencia, entre imagen y creencia. Las imágenes que acompañaban el cuadernillo de la obra eran una mezcla de fotografías divulgadas por los medios impresos, las cuales datan de la época de la violencia (los años cuarenta y cincuenta particularmente) y de imágenes de santos tomadas de la iconografía cristiana. Luego de ver esta obra, esa misma noche, charlando con los sociólogos Gabriel Restrepo y Jaime Eduardo Jaramillo,quienes también la vieron, entendí mejor la obra de José Alejandro Restrepo: en efecto, parte de la violencia que nos aqueja tiene sus orígenes estrictamente religiosos.
Al dejar la sala del segundo piso, ví en uno de los extremos de la pared, una ficha técnica que señalaba ingeniosamente la “aparición de humedad”, insistiendo con humor e ironía en el “misterio” de un defecto de aislamiento térmico de la sala de exposiciones, llevado al plano del milagro.
Finalmente en el último piso, encontré la serie de tres “Estigmas”. Los estigmas que generalmente aparecen en las manos en las extremidades de los Santos se convierten en un lente donde podemos ver imágenes de crucifixión, de víctimas de la violencia entre otros. Dos manos que parecen desprenderse de la pared a manera de cruz, están “perforadas” por dispositivos visuales que proyectan las imágenes mencionadas. Unos pies hacen lo mismo y una cabeza que reposa sobre un sócalo de madera tiene una pantalla-estigma en la sien. Estas mutilaciones aluden sin duda al sacrificio de los mártires religiosos y hacen referencia a las imágenes que se desprenden de la violencia.
Santos, imágenes de los medios de comunicación, imágenes violentas y religiosas, toda una experiencia que nos hace pensar sin duda alguna en el contexto socio-político en el que estamos inmersos. Una vez más el arte logra hacer “que todo entre por los ojos y por los oídos”... ver para creer y escuchar para dudar. La obra de José Alejandro Restrepo que se inscribe dentro de lo que he denominado los post-realistas, sin lugar a dudas es una de las más importantes de nuestra época.
Ricardo Arcos-Palma
Bogotá, 8 de mayo del 2008.
[i] Gutierrez, Natalia. Cruces. Una reflexión sobre la crítica de arte y la obra de José Alejandro Restrepo. Alcaldía Mayor de Bogotá. 2000.
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