ATLAS / MARIO VELEZ
Una muestra titanesca se toma la sala de
exposiciones del Archivo de Bogotá, generando una coherencia entre la forma y el
contenido, asunto poco evidente cuando se trata de abordar un asunto tan
complejo como el de la pintura. Orientada desde la producción plástica de los
últimos dos años, esta exposición es la transposición del taller del artista
donde la pintura de gran formato, las piezas escultóricas (vitrinas y objetos),
dibujo y video, así como un ambiente sonoro que se distribuye en el espacio,
conforman el todo de ATLAS.
Esta es una
reflexión sobre el territorio y el universo, donde otra cartografía imaginaria
se despliega entre nuevos planos desplazando las fronteras reales. Piedras,
rocas y sus simulaciones, territorios, huevos que parecen planetas, el sonido
casi musical que producen las piedras al frotarse entre sí, todos ellos parecen
desprenderse de sus cuadros creando un diálogo perfecto y configurando lo que
es el movimiento contemporáneo de la pintura
instalada, donde podemos situar algunos artistas importantes como Karen
Aune y Oscar Murillo quienes problematizan lo pictórico integrando el espacio.
Hoy la pintura vuelve a ser protagonista pero poniendo de lado esa sentencia
que la había enterrado antes de morir.
En ATLAS, el
cuerpo es soporte y columna, tal como lo era en la mitología griega, de donde
se desprende esta aventura plástica. Ese personaje mítico, condenado a sostener
el universo entero por haberse atrevido a generar una revuelta que destronaría
a los dioses del Olimpo, es el pre-texto a partir del cual el artista articula
su reflexión plástica sobre la relación, frágil en ocasiones, entre lo humano y
el cosmos. Aquí lo poético resuena, incluso desde los títulos mismos que
propone el artista: Cromatóforos, vitrinas
que contiene algunas rocas; Geografías corporales,
que aluden a ese territorio anatómico en el cual se instala una nueva
topografía; Extensión de paralelos, que
hace de la geometría una extension del universo; aguas profundas, para sumergirse en un océano de ensoñación; Gea, que nos sitúa frente a esa madre
tierra, esposa de Zeus; Gravedad, que
nos recuerda esa fuerza de atracción que ata nuestros cuerpos con los cuerpos
celestes; Rotación, que traza esa
línea invisible de los cuerpos flotantes atados a otros grandes cuerpos; Navegantes, recordando a personajes que
han surcado el espacio en el tiempo; Encuentro,
de cuerpos que aunque opuestos pueden atraerse; Contacto, mediante el cual la numerología es eje de creación; Conciencia dimensional, mediante la cual
la conciencia puede relativisarse y Ser observado, donde la existencia está
mediada por la mirada.
Al ingresar a
la sala tenemos la sensación de entrar en la pintura del artista: las formas,
que emergen con sutileza del espacio como una epifanía, se imponen en todo el
espacio de la sala de una manera magistral: “en la oscuridad siempre surge lo íntimo”, insiste el artista,
invitándonos a adentrarnos en el universo íntimo de su obra como si fuera un
proceso místico. Los ovoides parecen desprenderse de la pintura para comenzar a
habitar el espacio. De hecho, es el espacio mismo que se ha configurado como
una pintura: “Me interesa que quien
llegue a la sala, entre al espacio como si entrara a una de mis pinturas”,
nos recuerda Mario. En efecto, eso es lo que sucede, el espectador deja de ser un
simple espectador, para devenir un activador
de la obra. Aquí radica la esencia de la pintura instalada, tal y como sucedía
en el Renacimiento, donde las obras tomaban fuerza y contundencia con el espacio
arquitectónico. La pasividad del espectador se ve sustituída por la energía
transformadora del activador, nueva condición estética que nos dejó la
instalación. La pintura no está solament colgada en la pared: es la pared
misma, el suelo, el techo, todo el espacio, por lo tanto ya no podemos
recorrerla con la mirada sino con todo
el cuerpo.
Una gran
cuadrícula de líneas blancas, enmarca el espacio gris generando un equilibrio
poco usual que curiosamente se rompe con los ovoides y con unos “huesos” de metal
dorado y cemento que condensan lo humano como un vestigio dentro del cosmos. Aquí
lo humano dialoga con el universo insistiendo en el cuerpo como vestigio. Esa
misma cuadricula que da consistencia a sus cuadros, lo que hace inevitable el
sentirse metido en esas obras y aquí todo se cocreta según el interés del
artista.
Y como para
insistir aún más en el misterio, aparece una pieza que se titula Eva: aquí no hay manzana, pues ya se la
han comido, tampoco hay árbol pues este se ha transformado en una hermosa mesa
negra que soporta otro gran ovoide y otras “rocas” tan negras como la mesa y
mucho menos hay serpiente, pues ella se ha ido al mismísimo infierno que es
este mundo. Eva ha sido expulsada del
Paraíso y la mortalidad ahora está a sus pies. Quizá esta es una de las piezas
más hermosas de la muestra pues nos recuerda ese juego sútil que ya en postcolombinos Velez había logrado, en
el cual un mono-patín en cemento sostiene algunas piedras de río.
Finalmente toda
la sala es habitada por una melodía, que se desprende de las piedras de río al
rozarse entre sí. Una mano, la del artista, que las empuja delicadamente las
ayuda a avanzar: en Canto rodado
(video e instalación sonora) todo se condensa y ATLAS logra su comentido:
mantener sobre sus hombros el universo entero. Con este solo show Mario
Velez demuestra una vez más que es un artista integral que domina una técnica
tan difícil como la pictórica, pero problematizándola con las exigencias de la
contemporaneidad, asegurando lo que hemos venido defendiendo: que lo
contemporáneo no se define por una técnica en particular, sino por su manera de
asumir el presente desde aquí y ahora.
Ricardo
Arcos-Palma
Bogotá 13 de abril del 2016.
Recorra la exposición aquí:
Curador.
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