Este Vistazo Crítico colaboración de nuestro amigo escritor Efer Arocha, está destinado a su colega Günter Grass, quién esta semana a sido objeto de una serie de acuzaciones publicadas en uno de los más importantes diarios alemanes Der Spiegel, quien no le perdona el haber hecho parte de la Waffen-SS, como muchos de los jóvenes de su generación llamados al servicio.
Günter Grass: del estigma a la fascinación
consecuencia de la moral del poder
Por Efer Arocha*
La crítica de las armas es la acción represiva del estado por medios militares, empleada contra sus propios ciudadanos en un conflicto bélico interno o contra otros estados. La guerra es una conflagración razonada, en la cual la violencia alcanza su estado puro. En tal condición, la violencia moderna ha logrado su máxima expresión: la aniquilación de la vida en todas sus formas. Esto se evidencia de manera diáfana en la Segunda Guerra Mundial con el empleo de la bomba atómica y la derrota de Alemania.
Hasta la Segunda Guerra Mundial la acción militar tenía el objetivo de desarmar al enemigo, es decir, colocarlo en condición de no poder resistir, o dicho de otra manera, lograr el hecho de su aniquilamiento. Como en todo conflicto militar hay una legitimación, éste hoy se sustenta en las normas del derecho internacional recogiendo los intereses generales de la humanidad. En cuanto a lo que nos ocupa se presentó un estado invasor y unos estados invadidos. Es claro que el derecho a la defensa está de parte de los invadidos que definieron a su favor el resultado del choque de armas. Sin embargo, es a partir de este enfrentamiento letal, en la etapa post-bélica, la cual se ha prolongado en el tiempo, donde aparece una nueva condición: el resarcimiento subjetivo, porque el resarcimiento material se cumplió mediante las indemnizaciones, y el moral con las ejecuciones y los encarcelamientos de los vencidos.
El resarcimiento subjetivo que no tiene precedentes en conflictos bélicos anteriores, se manifiesta a través del estigma. El estigma se proyecta en el seno de la sociedad de múltiples formas; la naturaleza hace uso del estigma dejando huellas de sus enfermedades en los cuerpos de sus víctimas. Los animales también son estigmatizados, los hombres identifican a los animales domésticos como es el caso de los vacunos y equinos, con las iniciales de sus nombres, mediante el hierro candente para señalar su propiedad; en la piel del animal marcado aparece una protuberancia y un color distinto que lo diferencia de todos los demás. Algunos seres humanos buscan por su propia voluntad estigmatizarse asimismo, haciéndose tatuajes o colocándose “piercing” en todas las partes de su cuerpo sin excluir el centro del ojo. Otros se enorgullecen de sus conductas sociales transgresoras. Este tipo de estigma busca el protagonismo individual, la diferencia, la distinción, el beneficio; como Madona que estigmatizándose por intermedio de sus desplantes eróticos busca el deseo y la estimulación del placer varonil. En oposición, el estigma que se deriva de la crítica de las armas, requiere el aniquilamiento utilizando el escarnio, pretende el hundimiento, su objetivo es la destrucción del estigmatizado.
En el movimiento de la historia, lejana o cercana, se encuentran hitos de los excesos censurables que tienen un espacio para la estigmatización colectiva, es el caso del nazismo, considerado como la otra mirada del espejo, como una parte de lo bipolar, el cual se realiza como negación. Es el hombre en su condición de oposición a su esencia, es el encuentro con su lado antropomorfo, que no es cosa distinta a la realización de los instintos más elementales de nuestra condición animal. Lo anterior se encuentra en lo macabro, en la ingeniosidad de los hornos crematorios. Aquí lo nefasto alcanza su máxima eficiencia; a tal exceso se llegó por la vía del fanatismo, éste, hoy en pleno ascenso atrincherado con máscaras distintas. Entre las múltiples manifestaciones fanáticas se encuentra el estigma, que echa sus raíces en un presunto concepto moral. El estigma por ser un producto del maniqueísmo conduce a resultados nocivos y desastrosos, bástenos con señalar solamente la Inquisición. Son muchos los argumentos que se esgrimen para estigmatizar al pueblo alemán por su responsabilidad en el último conflicto armado mundial.
En la tarea hay una panoplia de instrumentos indispensables, uno de éstos es la asepsia pública. Hay que desinfectar y limpiar todo en el seno de la sociedad. Para realizar este trabajo hay que superar los métodos del trabajador ordinario. Lo acucioso de la tarea exige el absoluto rigor. Se deben obtener resultados cristalinos. La pureza es la meta. Todo debe quedar impoluto. Para realizar un trabajo de esta calidad es necesario encontrar verdaderos especialistas, los cuales además de tener una alta calificación deben encontrar en su trabajo plena satisfacción, y para ello el placer es indispensable. Nos encontramos aquí en presencia de un placer poco común, en razón de que la fuente del placer nace del esfuerzo físico e intelectual. La meta es buscar una pequeña escoria en una montaña de diamantes, es por esto que su hallazgo produce la fascinación. Ya en posesión de la fascinación todo es posible. Se derrumban los campos vedados. Todo queda a disposición del fascinado. El fascinado encuentra normal aseptizar las palabras. Cargado de desinfectantes se encuentra con los escritores y entre ellos a un tal Günter Grass. Lo mira erguido e imponente como si se tratara de una estatua de Bismark en una plaza pública alemana. De inmediato trae todas las herramientas de trabajo que la labor exige: escaleras pequeñas, medianas y grandes. Esponjas de distintos colores y diferentes calidades. Tambores y galones con secretas sustancias. En el laboratorio hace examinar las distintas deyecciones de las aves. Se asesora de todos los recursos de la ciencia y de la técnica para garantizar que el resultado sea impecable. El fascinado no tiene en cuenta antes de iniciar su trabajo que la literatura es una manifestación del arte, y que la literatura en tanto que producto estético, se analiza con categorías propias de su campo. El fascinado desconoce que una cosa es la obra literaria y otra muy distinta es la vida personal del autor. Ignora que la crítica francesa que se encuentra entre las más sobresalientes de la literatura mundial, al emitir juicio sobre la obra literaria de un ex militante de la corriente política de Goerin, conocido como Céline, omitió considerar su vida personal. El fascinado no sabe que los alemanes, pueblo de pensadores, tienen entre sus filósofos a un ex practicante de la ideología del mariscal Rommel, apellidado Heidegger. Pero lo que es delirante en el crisol de lo níveo, donde se condensa lo inmaculado, donde se centra toda la corrección del poder humano, en la cúpula pintada por Miguel Angel, gobierna en nombre de los dioses un ex miembro brillante del partido del doctor Goebbels.
Como vemos, al fascinado, el fanatismo le impide analizar la fenomenología de la crítica de las armas como lo que fue, un fenómeno político, social y militar, que involucró a toda la nación alemana. En tal situación es normal que cada ciudadano, en algún sentido tuviese nexos o se viera involucrado en la política de su país o en la guerra. Ver así las cosas es lo sano, lo lógico y también lo razonable. Una crítica severa del pretérito es una necesidad del presente para poder comprender lo que hoy somos. Crítica que también es una herramienta para construir el futuro; esto es inobjetable. Pero el resarcimiento subjetivo que no conoce límites en el tiempo, y que no se detienen ante nada, enjuicia a Günter Grass por enjuiciarlo. El es un escritor que enaltece las letras alemanas y que como hombre es el producto de su tiempo, es un ser humano cabal. La pureza humana es un campo deleznable, un terreno peligroso, fuente hasta hoy de lo catastrófico, cualquiera que sea el campo desde el cual se analice. Por esencia la pureza es fascinante. Sus primeras víctimas han sido los místicos, sean éstos religiosos, políticos, ideólogos o filósofos. Al doctor Goebbels, la historia no lo enjuicia por la fascinación de la pureza racial, sino por la hecatombe que produjo su fanatismo fascinante.
*Escritor y Master en literatura
París, Agosto de 2006
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